Madrid festivo

JUEGOS POPULARES

Las primeras menciones a los juegos populares que practicaban los madrileños durante la Edad Media aparecen en el título LI del Fuero de 1202: "De quien jugase al chito. Todo hombre que jugara a los chitos, y al arrojar el tejo, hiriera y no matara, pruebe (...) que no quiso herirlo; además, pague la cantidad para curar la llaga".

Más adelante, ya en pleno siglo XV, es en los Libros de Acuerdos del Concejo donde encontramos nuevos datos acerca de los otros juegos que se practicaban: la bola, los birlos, dados y naipes, la pelota..., tratando en todos los casos de evitar la peligrosidad potencial que podían representar para el resto del vecindario y prohibiendo las apuestas de dinero. Las menciones son insistentes, y se imponen duras penas a los que incumplen las ordenanzas. Se llega, incluso, a reprender públicamente a dos oficiales concejiles que jugaban durante el servicio:

"Mandaron pregonar que ninguna persona sea osada de jugar a la bola e birlos, salvo fruta e vino e no más, so las penas de los otros juegos vedados"...

"Ordenaron que persona alguna non sea osado de jugar dinero seco a la bola más de un real en todo un día, porque se halla jugar en mucha forma y despojarse unos a otros; so pena que si más jugare, que por la primera vez pague cinquenta maravedís de pena e por la segunda ciento e por la tercera ciento e cinquenta y questé ocho días en la cadena"...

"Acordaron (...) que ningún tavernero non sea osado de consentir jugar dados ni naipes ni otro juego en sus tavernas así dinero seco commo vino o cosa de comer, so pena de seiscientos maravedís para el enpedrar desta Villa"...

"Vista la ley del juego de los dados fecha en Toledo, rrequirieron (...) al dicho alcalde que haga pesquisa (...) quáles personas tienen tableros en esta dicha Villa (...), e se le dé la pena que la ley manda"...

"Mandó el señor corregidor que porque García d'Ocaña e Mendaño, siendo fieles, juegan el dicho García d'Ocaña a la pelota e Mendaño a las tablas y porque en ello se inpiden y el pueblo padece, que ninguno dellos jueguen durante el oficio que tienen, so pena de cinco mill maravedís"...


EL ALARDE DE LOS CABALLEROS

Los cántabros y vascos occidentales que desde los siglos IX y X repoblaron Castilla al amparo de los primeros avances de la Reconquista, necesitaban alternar el trabajo de los campos con el ejercicio de las armas para defender las tierras fronterizas que iban ocupando. De entre todos ellos -colonizadores sin diferencia de linaje ni de clase- destacaban únicamente los que poseían caballo y armas y estaban dispuestos a combatir al lado del rey en sus campañas contra el Islam. Su disponibilidad guerrera les granjeó privilegios y exenciones y les catapultó hacia el nuevo estamento -creado expresamente para ellos- de los caballeros villanos o caballeros de alarde.

Sin embargo, desde el reinado de Alfonso X el Sabio -hacia 1267, con el reino de Granada como único reducto musulmán en la península-, los combates con los árabes cesaron y la actividad militar de los caballeros de alarde se vio drásticamente frenada. A partir de ese momento se convierten en milicia de sus Concejos y alzan sus armas en defensa, fundamentalmente, del territorio y ganado municipales. Habrá que esperar hasta 1483, cuando Fernando el Católico dé comienzo a su sistemática campaña contra Granada, para volver a encontrar a los caballeros villanos como principal contingente de choque en los combates contra los musulmanes.

Madrid contribuyó con sus caballeros, generosamente, en las luchas del Rey Católico. En 1485 don Fernando expidió una provisión al Concejo madrileño en la que ordenaba que "todos los dichos hidalgos e cavalleros de suso declarados, que por el dicho término de los dichos quinze días de marzo, sean en la dicha cibdad de Córdova (...), los cavalleros con sus armas e cavallos, segund que son obligados, e los hidalgos commo mejor podieren (...), porque para el dicho tienpo, con ayuda de Dios, yo el Rey entiendo entrar en persona poderosamente en el dicho Reyno de Granada". Los envíos de tropas se repitieron en 1486, 1487 -en que se mandaron "cient peones, la meitad de vallesteros e la meitad de lanceros"-, 1488, 1489, 1491 y 1492. Tras la conquista de Granada sólo las ocasionales revueltas moriscas de las Alpujarras, Ronda y Sierra Bermeja volverían a recabar el concurso de nuestros caballeros.

Pero estos guerreros eventuales, para hacerse merecedores de las exenciones y beneficios de que disfrutaban, estaban obligados a demostrar periódicamente su condición de tales, es decir, su posesión de armas y caballo, ambos en buen estado. En 1485 nuestros regidores tuvieron que revisar las ordenanzas antiguas acerca de ello, y "acordaron de se juntar en la posada del dicho señor pesquisidor a ver el previllejo questa Villa tiene que habla cerca de los cavalleros de alarde, para que se vea e den orden en ello para agora e adelante". En esencia, los caballeros habían de mostrar sus armas y caballo -hacer alarde- ante los oficiales correspondientes una vez al año, de forma "que los que no se presentaren sean avidos por no cavalleros dalarde" y, en consecuencia, "que no gozarán de las esenciones". En los primeros años del siglo XVI se endurecieron las condiciones: había que hacer el alarde "dos vezes al año (...) primero de marzo e primero de setienbre", y llevando "cada uno dellos cavallo que vala seis mill maravedís".

El alarde se realizaba generalmente en el Campo del Rey, frente al alcázar -hoy, aproximadamente, patio de la Armería-, y era el Concejo quien decidía cuándo y ante quién había de tener lugar: "Este día mandaron los dichos señor corregidor e regidores que los alardes se fagan conforme al previllejo que tiene la Villa, conviene a saber, que estén presentes la justicia e dos regidores de la Villa e el procurador de los pecheros, porque vean si se faze commo deve e con buenos cavallos e armas, e que ellos digan e ayan por bien fecho el alarde. E el testimonio que oviere de levar el tal cavalero (...) lo firmen ellos e lo signe yo commo escrivano del Concejo".

A la hora de efectuar dicho alarde había quienes iban con todo perfectamente en regla, como estos cinco caballeros que lo realizaron en 1478: "Este día, se presentó por cavallero de alarde (...) Rodrigo de Cidillo con una cavallo castaño claro, e con unas corazas e capacete e espada e lanza e daraga e falda; juró en forma que es suyo, e que ha dos meses e más que es suyo (...). Este día se presentó Juan de Alcalá (...), cavallero de alarde, con un cavallo castaño oscuro, con corazas e faldas e gocetes e daraga e espada e lanza; juró en forma que es suyo". De igual modo lo hicieron Alonso Abenzara, Rodrigo del Campo -sólo que éste con un "cavallo rrucio"- y Luis de Buendía -con un "cavallo rrollizo"-.

Pero no faltaba quien acudía al alarde sin todo el material requerido. En el mismo acto mencionado, "se presentó Pero de Pinto (...) en un cavallo castaño e dixo e juró que aquél non era suyo, pero juró en forma que tenía otro cavallo morzillo (...), e mostró (...) unas corazas e espada e lanza e daraga e capacete"; y, peor aun, se presentó "Pero Gonzáles Cebollón (...), e juró que tenía su cavallo en la rrivera, e que tenía coraza e espadas e lanza e daraga e capacete".


LOS TOROS

Los toros fueron el festejo popular más frecuente del Madrid medieval, adoptando la forma de los actuales encierros -el "correr los toros" con que figura en todos los documentos-, carreras que siempre habían de realizarse por los circuitos que se marcaran para ello. Ya en el Fuero madrileño de 1202 aparecen dos menciones a tal práctica. El artículo CIX se refiere a las penas que se impondrán a aquéllos que llevaran "cuchillo puntiagudo" en el "coso", y el CXII determina que "cualquier hombre que corriere vaca o toro dentro de la Villa, pague tres maravedises a los fiadores; y cuando metieren en la Villa la vaca o el toro, llévenla atada con dos sogas, una a los cuernos y la otra al pie. Igualmente, el hombre que tirase una piedra o garrocha a la vaca o al toro, o bien corriera en el coso con lanza o palo aguzado, pague dos maravedises a los fiadores, por cada cosa que ejecutare de las vedadas en la carta".

En cada ocasión se corría un número variable de reses, tres o cuatro como mínimo y hasta doce como máximo. En general, dos de ellos los costeaban los carniceros de la villa -obligados a esto por las condiciones del arrendamiento de su oficio- y el resto los pagaba el Concejo de sus propios. El corral donde se encerraban los toros estaba situado en la cuesta de la Vega, desde donde subían al Campo del Rey o eran conducidos a la plaza del Arrabal, para su lidia. El recorrido se protegía con talanqueras.

Las reses no se solían matar, y si algún vecino lo hacía, era multado severamente. En 1497 "dixeron que porque contra el defendimiento del pregón, Juan zurrador y su hermano mataron un toro de los que se corrieron el lunes de Pasqua, (...) que le condenan por dicho toro e por el dicho cuero e carrne en quarenta reales"; cuando eso ocurría, el ganadero que había proporcionado la res era indemnizado por la pérdida sufrida: "acordaron (...) que porque el año pasado de noventa e siete se trujo un toro de Berrnaldino de Lara de Vicálbaro para las alegrías de la venida de la Princesa, e el dicho toro se hirió de un bote de lanza, e porque alegó que se murió de la dicha herida (...), mandáronle (...) librar sobre lo que uvo del cuero mill e quinientos maravedís".

Se corrían toros en la fiesta de San Juan, el día de Santiago, el lunes de Pascua, el día de Santa Ana y en cuantas otras ocasiones se terciaba. Y no deja de ser curiosa la heterogénea mezcla de procesiones y corridas de toros que los madrileños preparaban cuando había que celebrar algo inesperado. En 1493 "notificóse en el Ayuntamiento una cédula de Sus Altezas de la salud del Rey nuestro señor, y acordaron el domingo hazer procesión solepne desta Villa e su tierra e arciprestazgo de la clerecía toda; y que se corran el dicho día en la tarde tres toros".


CALENDARIO FESTIVO

Si bien las fiestas madrileñas alcanzarían su máximo esplendor a partir del establecimiento en nuestra villa de la capital -allá por 1560-, no es menos cierto que bastantes de ellas ya se celebraban desde varios siglos atrás, aunque de un modo mucho más modesto. Demos un repaso al calendario festivo madrileño -sólo al documentalmente comprobado- del siglo XV.

- Comenzaba el 20 de enero con la fiesta de San Sebastián, que se celebraba con ayuno -el día de su víspera-, misa en la iglesia de Santiago, y procesión que comenzaba y finalizaba en dicha iglesia. En 1501, para realzar los festejos, se decidió construir un nuevo retablo del santo, pues el que había estaba "muy viejo e roto"; el Concejo acordó que Francisco de Alcalá "ande por las casas de los cavalleros e personas de onrra desta Villa, e pida para ayudar a hazer un retablo en la dicha iglesia de Santiago, y para los otros ornamentos del altar donde tiene de estar el retablo". Sin embargo, la voluntad madrileña dio poco de si, y fueron los regidores quienes lo tuvieron que costear de su propio sueldo: un mes escaso después del primer acuerdo, decidió el Concejo "quel mayordomo (...) tome de cada regidor de su salario un ducado, ecepto del señor don Juan porque por si e su mujer e hijos tiene dados quatro ducados", para poder llevar a cabo su proyecto.

- El 25 de abril, día de San Marcos, había procesión a la iglesia de San Miguel de los Octoes, de la cual "no se ha podido saber con certeza, por la mucha antigüedad, si esta procesión es por voto o no; y parece serlo, porque esta Villa guarda abstinencia en su vigilia, y no pudiera obligar a ella si no es auiéndolo hecho". Tiempo después, la fiesta de San Marcos se convertiría en la castiza romería "del Trapillo".

- La de origen más remoto, posiblemente, era la que el 23 de junio honraba a San Juan. En nuestro siglo XV el festejo más esperado de este día era, sin lugar a dudas, la corrida de toros. Se corrían tres -uno que pagaba el Concejo y otros dos que estaban obligados a proporcionar los carniceros-, después de lo cual "la carrne e el cuero" del obsequiado por el Concejo se daba "a los alguaziles por el hazer de las talenqueras". El juego se solía realizar en la hoy Plaza Mayor, que había que limpiar y adecentar para tal día: en 1501 "mandaron librar a Bovadilla trezientos e treinta e quatro maravedís que gastó en el alinpiar e regar la plaza del arrabal para los toros e juego del día de San Juan".

- Finalizaba el año con la fiesta de la Concepción, celebrada el 8 de diciembre desde que en 1483 hiciese voto solemne en tal sentido la villa madrileña. La forma en que, según el voto, debía llevarse a cabo, era la siguiente: "Primeramente, que (...) vn día antes de su víspera se pregone públicamente por las calles desta dicha Villa, que se ayune a conducho Quaresmal su vigilia della, y que el día de la fiesta todos los vezinos (...) sean tenidos de ir a honrar su fiesta, que se ha de celebrar y fazer en la iglesia de Santa María del Almudena desta dicha Villa, e los Cabildos (...) sean para ello rogados e mandados que lleuen los cirios de sus Cofradías (...), e que ese día sea fecha processión solenemente a la dicha Iglesia (...) e se tome y hase dezir las horas. E que fasta passada la processión ninguna persona sea osada de facer otra alguna"; y terminaba diciendo que "en esta promesa no entran los menores de veinte años ayuso, e las mugeres que están preñadas, o las que crían, e aquellas otras personas que otras legítimas escusiones e impedimentos tuuieren".


EL CORPUS CHRISTI

La del Corpus fue, sin duda, la más lucida de las fiestas anuales que se celebraban en la villa, con misa, procesión (de la iglesia de Santa María a la plaza del Arrabal, a lo largo de la calle Mayor), juegos y danzas. Dice la tradición, incluso, que la propia reina Isabel asistió a ella en 1482, y contempló la procesión desde un balcón de la casa solariega de los Lujanes, en la plaza de la Villa.

En 1481 se hizo una regulación exhaustiva, y el Concejo ordenó "que todas las fiestas del Cuerpo de Nuestro Señor que de aquí adelante se fizieren, que de todos los oficios de la Villa saquen cada oficio sus juegos con rrepresentación honrrosa (...), e sy algund oficio fuere pequeño, que se junten dos oficios para sacar un juego, e que qualquier oficio que no sacare su juego aquel día santo, perpetuamente para sienpre jamás en cada año que pague en pena tres mill maravedís para la costa de la mesma fiesta". Junto con los cristianos, también moros y judíos participaban en los festejos: "(...) e mandaron que los moros e los judíos saquen el dicho día, los moros sus juegos e danzas, e los judíos sus danzas, so la mesma pena".

Los regidores y demás oficiales concejiles estaban obligados a encabezar la procesión, bajo duras penas económicas: "E ordenaron que la justicia e rregidores (...) e otros oficiales del dicho Concejo, sean tenidos a venir a la procesión aquel dicho día los que estovieren en la Villa e estovieren sanos, e que no vayan a otras procesiones que se fagan en la dicha Villa ni en su arravales, salvo a la procesión general, so pena que qualquier que lo contrario fiziere pierda el salario de aquel año para las costas de la dicha fiesta; (...) e mandaron al dicho mayordomo que desde agora faga fazer treze varas de dardos pastoriles, largas, para los rregidores para rregir la procesión, e que faga otras dos varas gordas, con las otras quatro que tyenen los abades, para levar el paño sobre el Cuerpo de Nuestro Señor". En otro acuerdo posterior se especifica que han de acudir todos los regidores que se encuentren "en la dicha Villa e dos leguas alderredor".

Diez años después, en 1491, dio el Concejo nuevas normas para engalanar todavía más la fiesta: "Porque segund la nobleza desta Villa e aviendo en ella tantos cavalleros y personas honrradas y siendo todos tan católicos y temerosos de Dios, es gran sinrrazón que en una fiesta tan principal commo es el día del Corpus Christi no se haga por la dicha Villa alguna memoria commo se haze en otras cibdades e villas nobles destos reinos (...), el Concejo (...) hordenamos y hazemos por ley (...) que de aquí adelante el mayordomo (...) tenga cargo y sea obligado de tener fechas para el dicho día seis fachas y dos cirios, los cirios con que se diga la misa y las fachas que las lleven delante de el Corpus Christi los hijos de los más principales de la dicha Villa (...), las quales ardan desde que saliere de Nuestra Señora (de la Almudena) el Corpus Christi fasta que buelva a la dicha iglesia, y después a la tarde a las Vísperas, y en la procesión que se haze por la claustra de la dicha iglesia fasta que se pone en su lugar acostumbrado (...). Y asimismo acordaron que la justicia y regidores nombren dellos y de los cavalleros principales de la dicha Villa doze personas para que lleven las varas del paño, las seis desde la dicha iglesia fasta la plaza del Arraval donde se haze la plegaria, y las otras seis que desde allí las buelvan fasta la dicha iglesia. Y otrosí, mandaron que desde aquí adelante, porque los juegos que se suelen e acostumbran sacar por los oficiales de la dicha Villa se puedan hazer, quel escrivano (...) sea obligado (...) de lo hazer pregonar un mes antes porque todos estén apercibidos". El encargado de los arreglos finales era "Juancho, pintor", al que se dio "en cada un año (...) un asno franco porque tenga cargo de pintar todas las cosas que fueren menester para el día de Corpus Christi".

Otros dos acuerdos, esta vez de 1501, corroboran el interés que ponía la corporación municipal en que todo saliera a la perfección. El primero, "quel mayordomo tome quatro o cinco peones e haga alzar el estiércol para el día del Corpus Christi que está al Almudena, para donde pase la procesión". Y el segundo, "que se haga para las andas que dio Pedro Martínez para el día del Corpus Christi una funda de lienzo para questén guardadas para adelante (...), e de todo ello se fizo cargo el dicho mayordomo para quél lo entregue al venidero e así ande de uno en otro, e conpre lienzo grueso para enbolver".

El Concejo, además, se informaba sobre los tipos de festejos que se hacían en otras ciudades. Así, en 1495 los regidores "otorgaron (...) carta mensajera para la cibdad de Burgos, pidiéndoles por merced les enbíen a hazer saber la forma que se tiene en el hazer de los juegos del día de Corpus Christi". Y había, incluso, quienes enseñaban a danzar a los muchachos con motivo de la fiesta: ese mismo año de 1495 "dixeron que porque Diego, hijo de Diego García, sirve a esta Villa de mostrar a danzar los hijos de los vezinos desta Villa y sirve en salir aconpañando el Corpus Christi el día de su fiesta, (...) que así por esto (...) que le esentavan e esentaron de todos los pechos reales e concejiles".

Por otro lado, era el mayordomo del Concejo quien había de tener preparadas las velas y cirios, tanto para esta fiesta como para las de San Sebastián y la Concepción. Una vez terminada la celebración, se calculaba la cantidad de cera consumida, y se le abonaba al cerero. En 1497 éste era Fernando, al cual "mandaron librar (...) catorze libras e media de cera que se gastaron en la fiesta del Corpus Christi a quarenta e ocho la libra, que son setecientos e veinte e uno (...) maravedís".


RECIBIMIENTOS Y ALBRICIAS

No eran las festividades de carácter religioso las únicas ocasiones en que los madrileños vestían sus galas y salían a la calle a divertirse y a dejar de lado, momentáneamente, la rutina diaria. La llegada de noticias sobre victorias militares en las campañas de Granada y Navarra, las celebraciones de nacimientos o bodas y las estancias en Madrid de personajes notables, soberanos y príncipes, eran las ocasiones más apropiadas para que los madrileños disfrutaran de festejos inesperados y fuera de calendario.

Cuando tal cosa ocurría, venían aquí los vecinos del alfoz y de los lugares comarcanos y se producían enormes aglomeraciones. En la villa escaseaban los víveres más necesarios durante esos días, y la gente, ansiosa por comprar, se agolpaba en los mercados: "Acordóse (...) que, pues la red del pescado se pasa cabo las carrnecerías, porque aya más anchura porque la gente que se llega a comprar ocupan el paso de la gente, que entre tanto que sus Altezas aquí están, se arriende e alquile para el propio de la Villa". Y el propio Concejo, atento, no perdía la ocasión para subir los censos o alquileres que pagaban los tenderos: "Mandaron encargar al mayordomo cient maravedís que ha de dar en cada mes desde ocho días ha por la tienda de cabo la puerta de Guadalajara, del librero, mientras aquí estuviese la Corte. Iten seis reales que ha de dar el cordonero por lo pasado".

Así las cosas, no es extraño que durante los festejos fuese tarea casi imposible encontrar alojamiento; sobre todo si tenemos en cuenta que la villa ya estaba por aquellos años muy poblada, especialmente de muros adentro. Es comprensible, por tanto, que cuando el Concejo tuvo que dar a Juan Palomino un solar en compensación de otro que le habían tomado, cercano al alcázar, se las viese y se las desease para encontrarlo: hubieron de admitir que, tras haber "andado y paseado toda la Villa e arraval (...), a Dios grazias, esta Villa está tan poblada que no se halla dónde se pueda dar que sea sin perjuizio de la Villa e de tercero".

Cuando Madrid recibía a personajes reales, todos los vecinos -regidores, oficiales del Concejo y cabildo eclesiástico incluidos- sacaban sus mejores galas para lucirlas en la magna ocasión. Pero esto, las más de las veces, suponía grandes gastos para las arcas municipales, y los reyes, conscientes de ello, solían echar una mano. Así ocurrió cuando, en 1499, vino a Madrid el entonces príncipe don Carlos; los Reyes Católicos escribieron al Concejo diciéndole que "por ser nuestra yda tan presto que no habría tienpo para proveeros de pannos de brocado para el dicho rescibimiento, y porque esa villa no haga costa, Nos mandaremos dar panno con que se rreciba, y así no será menester que fagays ningún gasto". De todas formas, cuando el Concejo hacía algún desembolso, ponía buen cuidado en que pudiera amortizarse en sucesivos festejos: tras el recibimiento que acabamos de mencionar, los regidores ordenaron "librar a Rodrigo, pintor, mill e seiscientos maravedís porque pintó las varas del rescibimiento del Príncipe, e que queden en mí las varas para quando sacaren el Corpus (...) de cada año".

En ocasiones, eran los propios monarcas quienes daban instrucciones muy concretas sobre la forma en que se había de recibir al visitante de turno. Cuando, en 1502, vinieron los príncipes doña Juana y don Felipe de Austria, los Reyes Católicos instruyeron cumplidamente a nuestro corregidor: "La orden que esa villa ha de tener en su rrecibimiento es ésta: han los de rrecibir con palio de brocado (...), y deben ser dos palios, cada uno con sus floraduras, y porque han de venir juntos, cosidos por medio, bastará que sea cada uno de dos piezas, porque de otra manera serían muy anchos (...); y en el dicho rrecibimiento no deben hazer juegos porque no los saben hazer, haziendo comparación delos que hazen en Flandes; más toda la fiesta del rrecibimiento debe ser mucha gente de cauallo, concertando que toda la gente desa villa y de su comarca salga (...) al rrecibimiento lo más concertadamente que pudieren, y no poniendo a nadie en que se vista ni haga gastos, y si alguno se oviere de vestir, trabajando que sea de colores y no de negro, porque parezca más alegría con que lo rreciben".

A la preparación de las galas había que añadir el ornato de la ciudad, especialmente en las zonas que recorrerían los visitantes al entrar en la villa. Estas entradas se solían hacer por la puerta de Guadalajara, habiendo pasado previamente por la del Sol y por el primer tramo de la calle Mayor: "Acordaron (...) que para la entrada (...) senpedre la calle grande de la Puerta del Sol, desde lo enpedrado hasta la casa de Vallejo, e que en lo questá detrás antes desto por enpedrar de la dicha calle, senpedre, de manera que junte lo uno con lo otro; y que por esta necesidad por que se manda enpedrar sin pedillo los vezinos, que la Villa ayude con un tercio e lo otro lo paguen los vezinos".

Los caballeros y señores que vivían en sus heredades, fuera de la ciudad, eran siempre avisados puntualmente por el Concejo, para que con su presencia diesen mayor lucidez a los festejos. Uno de los que recibía sin falta la notificación en todos estos acontecimientos era Juan Arias; en el citado recibimiento de doña Juana y don Felipe, los regidores "otorgaron cartas para don Francisco de Bovadilla e Juan Arias e los otros cavalleros comarcanos que vengan al recebimiento, ellos e sus casas".

Los festejos también alcanzaban a los madrileños más notables. El licenciado Quintana recoge con cierto detalle la celebración que se hizo en la villa con motivo del nacimiento de un miembro de la familia de los Ocaña. Cuenta que "tuuo este Cauallero (Fernán García de Ocaña) a Gonzalo García de Ocaña Contador mayor y Tesorero general del Rey D. Iuan el II, que también tuuo en el Ayuntamiento los oficios honrosos que su padre: hízose dél grande estimación en esta Villa, y tanta, que para el nacimiento de vn nieto suyo que se llamó Nicolás de Ocaña hizieron muchas fiestas los Caualleros della, corriendo toros el día que se bautizó, para lo qual se hizo vna calle de madera desde sus casas principales (las que al presente son de los Luxanes a la plazuela de San Saluador) hasta la misma Iglesia de san Saluador toda entoldada y ricamente tapizada lleuando la criatura a recebir el agua del Bautismo en vna almoada de brocado (...), demonatración que aun en este tiempo no se ha visto hazer con hijos de grandes, sino es apadrinándoles los Reyes".


HONRAS FÚNEBRES

Aunque no se trate propiamente de fiestas -sino, más bien, de todo lo contrario-, no hay que dejar de mencionar las honras fúnebres que tenían lugar tras la muerte de personas reales. En 1497 se organizaron con motivo del fallecimiento del príncipe don Juan, para lo cual el Concejo hubo de efectuar una derrama de 60.000 maravedís. Además de los frailes que vinieron aquí a tal efecto ("mandaron (...) que (Álvaro de Toro) dé dos mill maravedís que se dan para comer veinte frailes que vienen de Alcalá e Pinto, que vienen a las honrras"), el Concejo pagó a otro más para que predicase en la villa durante esos días ("otorgaron carta para el guardián de San Francisco de Guadalajara, que dé licencia a fray Ambrosio para venir a predicar el día de las honrras").

Las citas que se transcriben a continuación dan idea de la solemnidad de la ceremonia: "Dióse cargo a Juan Álvarez e Varrionuevo que hagan hazer el ataúd que se a de levar e las camas de la plaza de San Salvador e del Arraval (...). Acordóse que se lleven con el ataud veinte e quatro hachas, e que las lleven los hijos de cavallero e pajes (...). Nombraron para regir la procesión Álvaro de Luxán e Juan de Luxán e Iván de Vargas e Juan Álvarez (...); que lleven el ataud en la procesión los regidores"; "Acordaron que haya quatro reyes darmas e que se les dé quatro lobas de luto e sus capuces, e questén a las esquinas de la cama".

El Concejo costeaba las ropas que tenían que hacerse sus oficiales: los porteros llevaban "ropones de xerga con sus capillas"; y los regidores, a su vez, vestían una "loba con cola e capirote e ropón", para cuya confección se necesitaban veinte varas "de paño de a cient maravedís la vara" y "quarenta de xerga".

Y después de las honras era obligado mantener el luto durante un tiempo: "Acordaron que ninguna persona non sea osado de traer bonete de color, nin ninguna mujer de quitar las tocas negras, fasta ver otro mandamiento en contrario, so pena que ayan perdido los tales bonetes los ombres, e las mujeres que pierdan los mantos".



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