Sociedad: población cristiana

En la segunda mitad del siglo XIII el territorio musulmán peninsular había quedado reducido al reino nazarí de Granada. Muy lejanas ya del campo de batalla, las ciudades y villas castellanas iban poco a poco recobrando la normalidad y transformando sus estructuras iniciales para acomodarse a una existencia ya definitivamente pacífica y sin más contacto con la guerra que los envíos periódicos de gente armada al frente granadino y las eventuales participaciones en luchas sucesorias por el trono de Castilla. En el seno de la sociedad madrileña, los repobladores y los mozárabes ya se habían fusionado totalmente, desapareciendo todos los rasgos diferenciales que cada grupo había aportado; esta población cristiana había constituido ya un vecindario estable y fiel, haciendo innecesarias las diferencias jurídicas que en su seno antes habían existido. Los mudéjares y los judíos, por su parte, continuaban siendo comunidades hasta cierto punto autónomas pero todavía suficientemente integradas en la colectividad.

La nivelación social, sin embargo, distaba mucho de ser completa. Las ya mencionadas minorías mudéjar y judía irían, lenta pero inexorablemente, quedando cada vez más aisladas y contra ellas no tardarían en aparecer prejuicios y resentimientos; por razones religiosas o étnicas nunca llegaron a integrarse en la población cristiana y finalmente llegarán a ser expulsadas de la villa. Por su parte, el grupo cristiano se vería desde el primer momento escindido en dos facciones antagónicas y a veces irreconciliables: los caballeros y los pecheros; la llegada a la villa de familias notables que en ella establecieron su morada no iba sino a ampliar la distancia entre ambas. Y, finalmente, las epidemias, las épocas de escasez y las calamidades climáticas harían aparecer un sinnúmero de madrileños marginados -pobres, viudas, vagabundos- cuya relación con el resto del vecindario oscilaría entre la caridad y la persecución.

Para los siglos XIII y XIV, la fuente básica -prácticamente única entre las publicadas- son los Documentos del Archivo General de la Villa, publicados por Domingo Palacio, mientras que para el siglo XV -época en la que las líneas generales arriba esbozadas aparecen ya plenamente definidas- los Libros de Cédulas y Provisiones, el Libro Horadado y los Libros de Acuerdos del Concejo Madrileño constituyen una documentación extraordinariamente completa y aún no totalmente estudiada.

POBLACIÓN CRISTIANA

El grueso del vecindario madrileño estaba compuesto, ya lo hemos dicho, por los descendientes de los antiguos mozárabes y repobladores que habían dado forma a la villa tras la conquista, hacia 1085, de Alfonso VI. Pero no todos ellos, sin embargo, habían alcanzado igual fortuna con el paso del tiempo: comenzando por los más desfavorecidos y concluyendo con los que habían abrazado el estado religioso, esbozaremos ahora las principales características de los cuatro grupos en que hemos considerado dividida la población cristiana madrileña en los últimos siglos del Medievo.

1. GRUPOS MARGINALES:

Incluimos aquí a todos los que carecían de medios materiales de subsistencia y a los que, no siendo vecinos de la villa y no teniendo un oficio o actividad conocidos, inspiraron siempre el recelo de las autoridades locales:

- Entre los primeros se encontraban los pobres y las viudas, que habitualmente fueron objeto de protección por parte del Concejo: se les eximía total o parcialmente del pago de determinados pechos o cargas, se les proporcionaba un letrado costeado por el propio Ayuntamiento para defenderlos en las causas en que se vieran inmersos, etc.; por contra, a partir ya de los últimos años del siglo XV se les obligó a tener autorización del corregidor para poder pedir limosna por las calles, pues debían de ser bastantes los que lo hacían por pura picaresca.

- En el extremo opuesto se encontraban los vagabundos, las "gentes de mal vivir" y los jugadores, que fueron siempre muy perseguidos por el Concejo, como lo demuestran las numerosas disposiciones que éste dictó para impedir, fundamentalmente, que estas personas pudiesen tomar las tabernas como lugar casi permanente de residencia.

- Si bien no consta el establecimiento en el Madrid medieval de gente de origen gitano, lo que sí está documentado es el paso por la villa, en 1493, de un grupo numeroso de personas de dicha raza.

2. PECHEROS:

Así eran considerados todos aquéllos que estaban obligados a contribuir en los servicios o impuestos directos, y constituían el porcentaje mayor del total de la población. Tenían representación propia en el Concejo, centrada en el procurador y el letrado de pecheros, aunque desde 1346, año en que Alfonso XI instituyó el sistema de Concejo restringido, no pudieron participar directamente en él. Fue un grupo extremadamente heterogéneo, que incluía a gentes de las más diversas fortunas y condiciones sociales.

a) Trabajadores de la tierra: Conformaban el estrato más bajo del grupo de los pecheros, e incluían a los agricultores y hortelanos. Siendo la agricultura uno de los pilares económicos del Madrid medieval -no así la ganadería, limitada aquí a lo necesario para la subsistencia-, no es de extrañar que abundasen los madrileños ocupados en este sector.

b) Artesanos: Se situaban inmediatamente por encima de los anteriores, y representaban el porcentaje mayor del grupo pechero, al menos a partir de mediados del siglo XV. Desde la fecha citada comenzaron a especializarse en sus actividades, separándose ya claramente de las labores agropecuarias y alcanzando en poco tiempo una variedad asombrosa. Se puede distinguir entre:

- Artesanía de subsistencia -encargada de los abastos-, que agrupaba a carniceros, pescaderos, panaderos, cortadores, triperas y otros; se conocen con bastante precisión las sucesivas ubicaciones de las carnicerías, pescaderías y alhóndigas que tuvo la villa, así como numerosos detalles del trabajo diario de estos artesanos.

- Artesanía de la construcción: Alarifes -recordemos que éstos fueron, en su mayoría, mudéjares-, empedradores y tapiadores son los que aparecen con más frecuencia en los textos. Ha quedado constancia de la identidad de los diversos alarifes que tuvo la villa en la segunda mitad del siglo XV, parte de cuya obra -la del mudéjar Hazan, por ejemplo, artífice del hospital de La Latina- todavía se conserva en pie entre nosotros.

- Artesanía especializada, que fue la más característica de estos siglos postreros de la baja Edad Media. Tres sectores principales descollaban en ella: la industria del cuero (curtidores, zapateros y borceguineros), la metalúrgica (herreros, caldereros, cerrajeros, cuchilleros, plateros, etc.) y la textil (albarderos, calceteros, cinteros, cordoneros, guanteros, pañeros, roperos, tejedores, tintoreros y muchos más). Tanto la del cuero como la textil eran industrias que requerían ubicarse en lugares específicos y que dieron carácter a esos lugares en los que se desarrollaron.

- Otros artesanos: Por último, no hay que olvidar otros oficios que, sin constituir sectores importantes dentro de la artesanía medieval madrileña, confirman la extraordinaria diversidad que ésta alcanzó: entre otros, podemos mencionar a los candeleros, carpinteros, especieros, libreros, pintores, relojeros, silleros y tañedores que se han documentado para estos siglos.

c) Pequeños comerciantes: Disfrutaban de una posición generalmente más holgada que la de los artesanos, y constituyeron otro grupo de relieve dentro de los pecheros. Incluimos en él a los traperos -"de viejo" y "de nuevo", dedicados al comercio de tejidos-, a los bodegueros, mesoneros y taberneros -que regentaban los correspondientes establecimientos, generalmente situados a lo largo de las calles que enlazaban el recinto medieval con las localidades del entorno- y, finalmente, a los propietarios de tiendas, concentradas mayoritariamente en las cercanías de la puerta de Guadalajara y plaza del Arrabal -hoy, Mayor-.

d) Profesionales liberales y servidores reales: Fueron los pecheros con unas características más atípicas, ya que por su preparación intelectual o por su distinguido origen consiguieron ocupar puestos muy cercanos a los tan celosamente defendidos por la pequeña nobleza. Entre ellos hay que mencionar a los bachilleres, licenciados, letrados y escribanos, que trabajaron casi siempre para el Concejo; a los dedicados a la enseñanza -los entrañables "maestros de la gramática", pagados por el Concejo desde 1346-, y, sobre todo, a los profesionales de la medicina, uno de los grupos pecheros de mayor solvencia y más queridos por todos los vecinos. Además de los saludadores, ensalmadores y santeros, incluía a boticarios, cirujanos y médicos o "físicos". Este grupo, por último, lo completaban algunos servidores reales -ballesteros, criados, escuderos, etc.-, presentes en gran número desde comienzos del siglo XV.

e) Para finalizar con lo relativo al grupo de los pecheros, no se pueden dejar de mencionar las múltiples vías a través de las cuales era posible eludir la obligación de contribuir al pago de los impuestos directos: se trata de los apaniguados y los exentos, que quedaban eximidos de participar en el pago de ciertos pechos reales y concejiles. Tenían la condición de apaniguados del Concejo diversos oficiales, de los que nosotros hemos documentado no menos de 19, más de la mitad de los cuales pertenecían a los sectores textil y metalúrgico. También estaban exentos todos los oficiales reales, los excusados del Cabildo de clérigos -en número de treinta-, los apaniguados de Santo Domingo -otros treinta- y los excusados del prior de San Martín -doce-. Consta que en varias ocasiones los pecheros promovieron pleitos contra estos apaniguados, pues el agravio que recibían de ellos era notorio. En 1484, por ejemplo, el procurador de pecheros arremetió contra los apaniguados del Cabildo, diciendo que "los apaniaguados que así toman (...) son de los más rricos e ahazendados de los lugares donde biuen (...), e los toman e se ygualan con ellos por contias de maravedís y pan e puercos e aves que dellos rresciben, lo qual todo carga sobre los pobres e biudas e huérfanos de los dichos lugares".
 
3. PEQUEÑA NOBLEZA:

El reino de Castilla no conoció la acentuada estratificación social que, heredada del mundo visigodo, se impuso en el reino leonés: fueron escasos los grandes linajes, y las diferencias entre unos y otros, ya que no de ascendencia, se hicieron patentes tan sólo, hablando en general, a efectos fiscales.

- El estrato superior -los señores de tierras y vasallos-, era muy reducido en Madrid, y en la vida diaria de la villa se hallaba casi siempre ausente. Los Arias, Vozmediano, Lodeña, Mendoza y Zapata (alguno de ellos, conde, y los demás, señores de Tremeroso, Romanillos, Colmenar y El Vado, Barajas y otros lugares) raras veces se dejaban ver por Madrid, pues residían la mayor parte del tiempo en sus tierras y castillos, arropados por sus vasallos y desdeñosos hacia lo que en la humilde villa pudiera ocurrir.

- Mucho más numeroso era el grupo de los caballeros, formado por los descendientes de aquellos primeros repobladores que en los tiempos de la Reconquista habían logrado exenciones y privilegios por el mero hecho de poseer la riqueza suficiente para tener caballo y armas y poder, con ellos, defender las tierras fronterizas, entre las cuales Madrid se encontró durante muchos años. Con el correr del tiempo lograron consolidar un estamento poderoso e influyente en el que reclutaron sus miembros las órdenes militares y del que salieron todos los servidores reales más cercanos al monarca. Sus casas eran los principales edificios -dejando aparte las iglesias y los monasterios- de la villa, y con sus fuertes torres albarranas daban carácter al pobre caserío que presidían.

Algunos de estos caballeros habían llegado a ser -ciñéndonos ahora a la segunda mitad del siglo XV, época en la que Madrid conoce el apogeo de este colectivo- oficiales de los Reyes Católicos, ocupando puestos de relieve en la Corte: Álvaro de Alcocer, Alonso del Mármol, Francisco Ramírez y Cristóbal de Vitoria eran secretarios de sus altezas; otros destacaban en las lides militares: Diego de Guevara (general de armada), Alonso de Olivares (capitán de artillería), Juan de Ribera (capitán de la guardia de caballo); también los Castilla, Guillén, Losada, Luján, Madrid y Monzón tenáin oficios en la Corte; pero los principales de todos ellos fueron, seguramente, Gonzalo Fernández de Coalla y Pedro Núñez de Toledo, contadores mayores de Castilla. Todos estos caballeros, que estaban exentos de muchos tributos, tenían sus mercados propios y poseían -arrendado a censo al Ayuntamiento- la mayor parte del suelo urbano.

La posibilidad de adquirir la condición de caballero, sin embargo, no había quedado cerrada tras los tiempos iniciales de la lucha contra el Islam. A partir de la segunda mitad del siglo XIII los combates contra los musulmanes cesaron casi por completo -sólo se mantenía insumiso el reino nazarí de Granada- y la actividad de los caballeros se vio drásticamente frenada. Éstos, entonces, se convirtieron en milicia de sus concejos y ofrecieron sus armas para defender, fundamentalmente, el territorio y ganado municipales. Todos los que adquirían tal condición pero carecían de la ascendencia ilustre de los primeros caballeros son los que reciben, en la documentación madrileña, el nombre de caballeros de alarde, y estaban obligados a demostrar periódicamente que poseían y mantenían en buen estado el caballo y las armas. Dicha prueba -el alarde- se realizaba, por lo general, en el Campo del Rey, frente al alcázar -hoy, patio de la Armería-.

Ambos grupos, caballeros antiguos y caballeros de alarde, componían el denominado patriciado urbano, de entre cuyas filas se elegía a los regidores y demás oficiales concejiles, cargos éstos que les estaban negados a los pecheros. El gobierno y la administración de la villa, pues, quedaban en sus manos: más concretamente, en las de unas pocas familias madrileñas notables, debido a que el cargo de regidor llegó a convertirse en vitalicio y hereditario. Los Libros de Acuerdos del Concejo Madrileño ofrecen datos suficientes para elaborar la nómina completa de los regidores del Madrid tardomedieval y para determinar qué familias fueron las que monopolizaron el poder municipal en dicha época.
 
4. CLERO:

Ciertamente, no podía quedar completo el cuadro de la sociedad madrileña medieval sin mencionar al clero de la villa, favorecido por numerosos privilegios de los monarcas desde el siglo XIII. Además del secular, agrupado en el Cabildo de clérigos de Madrid, se establecieron aquí varias comunidades de órdenes religiosas: dominicos, franciscanos, benedictinos y jerónimos, que tuvieron a su cargo los al menos ocho monasterios y conventos con que contó la villa en estos siglos, así como los hospitales que en ella hubo.



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