Sociedad: siglos VII-XI
SIGLOS VII-XI
POBLACIÓN VISIGODA INDÍGENA
En la actualidad sigue siendo motivo de discusión que los orígenes históricos de la villa hayan de situarse en un pequeño poblado visigodo de pastores y cazadores que se hubieran asentado en el vallejo del arroyo de San Pedro -calle de Segovia, a la altura del lugar donde luego se erigió la iglesia- o en las colinas circundantes -la de San Andrés y las Vistillas, quizá- y hubieran construido sus viviendas en las proximidades del exiguo, aunque no pocas veces torrencial, cauce de agua. La antigüedad de este poblado hipotéico no debería extenderse mucho más allá de los últimos años del siglo VII, pues hacia esa fecha apunta la controvertida lápida de la ya derribada iglesia de Santa María; a excepción de este lápida, ninguna otra huella de su existencia ha llegado hasta nosotros, aunque las lúcidas deducciones de Oliver Asín al estudiar el nombre de la villa siguen siendo para muchos argumento casi irrebatible sobre la veracidad del origen visigodo de Madrid.
En las excavaciones de la plaza de la Armería se encontró un esqueleto humano que se fechó en época visigoda, pero tal hallazgo no es prueba concluyente de población estable cercana, pues se trataba de una enterramiento aislado en fosa, sin indicios allí de necrópolis alguna.
MUSULMANES Y MULADÍES
En la segunda década del siglo VIII, grupos musulmanes no muy numerosos penetraron en la península y la atravesaron triunfalmente de sur a norte en un corto lapso de tiempo. Es muy posible que las tropas árabes y beréberes capitaneadas por Tariq y Muza, que recorrieron entre el año 711 y 714 todo el territorio comprendido entre Toledo y Zaragoza, avistasen en alguno de sus trayectos el presunto poblado indígena del vallejo de San Pedro: en tal caso, la primitiva Matrice -así nombrada por sus moradores hispanovisigodos- no habría llamado la atención de los invasores. Sólo un siglo después, cuando la sierra madrileña se convirtió en punta de lanza musulmana frente a la extensa franja de "tierra de nadie" que separaba los dominios islamitas de los reinos cristianos del norte, el emir omeya Muhammad I se vio obligado a fortificar los poblados de la comarca madrileña y a crear una densa red de guarniciones para proteger las sendas que, tras cruzar la sierra por Fuenfría y Somosierra, conducían hasta Toledo.
Fue en ese momento cuando Madrid se convirtió, al igual que Talamanca, Talavera, Olmos, Calatalifa y otros lugares de la región, en plaza militar musulmana de primera magnitud. Muhammad -o, acaso, su primogénito Al-Mundir- construyó en el cerro de la vertiente norte del vallejo una sólida fortaleza y delimitó con gruesa muralla el recinto -alcazaba o almudena- que acogería a la guarnición militar que la iba a custodiar. Fuera de la cerca, en un arrabal que se extendió hacia el este, fue creciendo poco a poco un núcleo de carácter civil integrado por los contingentes humanos que con el paso del tiempo fueron engrosando la población de la villa, llamada ahora Mayrá -más tarde, Mayrit- por los musulmanes.
El grupo musulmán que fijó su residencia en la villa estaba compuesto por la guarnición militar de la fortaleza, la población civil del arrabal y los intelectuales y científicos que eligieron Madrid como punto central de su actividad:
Los componentes de la guarnición militar debieron de ser en su mayor parte de origen beréber, si bien es posible que los principales cargos fuesen acaparados por árabes. A su cabeza se encontraba el gobernador o alcaide del castillo -Ahmad ibn Abdallah lo fue en la década de 930-, y la constituían los servidores de éste, los soldados que componían la guarnición propiamente dicha y un mínimo sector civil que tendría encomendada la satisfacción de las necesidades más básicas de abastecimiento y manutención de la plaza fuerte: herreros, panaderos, curtidores y otros oficios de los que no se ha conservado documentación pero que sin duda hubieron de estar presentes.
Asentada extramuros, en un previsible arrabal que avanzó con rapidez hacia el este, la población civil estaba compuesta por fontaneros -artífices acaso de la famosa red de viajes de agua que abastecería a la villa durante siglos-, hortelanos, agricultores, alfareros, artesanos del cuero y comerciantes, oficios todos ellos que persistirían con pujanza entre la población madrileña hasta épocas muy posteriores. Ha llegado hasta nosotros alguna referencia tanto de las bondades de estos artesanos como también de las materias primas que utilizaban. Así, el geógrafo árabe al-Himyari (en su Kitab al-rawd al-mi'tar) alababa el barro de Madrid escribiendo que "Hay en Mayrit una tierra de la que se hacen pucheros, los cuales se pueden utilizar, poniéndolos al fuego, durante veinte años, sin que se rompan. El alimento que en ellos se deposita no se altera además con el calor de la atmósfera". Creemos posible que fuese este grupo el que, debido a su carácter fundamentalmente artesanal y agrícola, mantuviese mayores y más fecundos contactos con la población mozárabe.
Considerada pronto como cabeza de la comarca, Madrid fue durante la ocupación musulmana un enclave de relativa importancia que atrajo a no pocos intelectuales y científicos y vio nacer en su seno a otros tantos. La extensa nómina de madrileños de relieve elaborada por Oliver Asín para esta época incluye a filólogos, jurisconsultos, polígrafos, historiadores, comentaristas del Corán, matemáticos y astrónomos, unas veces hijos de la villa y otras forasteros venidos a ella a partir del siglo X. El más antiguo de todos, Maslama al-Mayriti, añadió ya a su nombre el apelativo "el madrileño", que a partir de él se convertiría en motivo de orgullo para los naturales de la villa.
MOZÁRABES
No hay documentación fehaciente que demuestre -pero tampoco que refute- la existencia de población mozárabe en Mayrit. Por ello, no puede desecharse la posibilidad de que con la entrada de los musulmanes en Madrid y la posterior construcción de fortaleza y recinto murado, la villa se convirtiera quizá en una localidad escindida en dos barrios bien delimitados social y físicamente por el cauce del arroyo de San Pedro: al norte de él, sobre la colina de la almudena y los terrenos circundantes, el sector musulmán ya comentado; al sur, sobre la ladera del vallejo y en la colina luego llamada de Las Vistillas, la población nativa de origen visigodo -ahora mozárabe-, que transformó en Matrit el nombre que daba a la villa. Es posible que este hecho fuera el lejano origen de la luego tópica existencia de los "dos Madriles".
Lo cierto es que el no descartable colectivo indígena mantuvo sus asentamientos iniciales y sólo hubo de plegarse a la limitación de dirigir su posterior crecimiento hacia el sur, llegando en breve plazo a colonizar la zona donde luego se erigiría la iglesia de San Andrés. Creemos que, en general, este colectivo pudo permanecer fiel a su cultura, religión y tradiciones -aunque sin poder escapar de la progresiva arabización que fue norma general en todos los territorios ocupados-; de hecho, la primera gran oleada de intransigencia religiosa que sacudió las tierras peninsulares ocupadas por el Islam, la propiciada por los almorávides muy a finales del siglo XI, ocurrió cuando Madrid ya había pasado a manos cristianas.
RECONQUISTA Y REPOBLACIÓN
Después de dos efímeras entradas de tropas cristianas en la villa -el leonés Ramiro II en el año 932 y Fernando I en el 1047-, ésta fue arrebatada definitivamente a los musulmanes en el 1085 por Alfonso VI, como parte de la capitulación de Toledo. La consecuencia inmediata de tal hecho fue una transformación radical tanto de la distribución física de la población madrileña como de su composición y estructura social: a partir de ese momento, a los musulmanes y mozárabes que habían sido hasta entonces únicos pobladores de la villa se les unieron grupos más o menos numerosos de repobladores cristianos de origen franco y castellano-leonés, así como gentes de religión judía que, si bien quizá ya estuvieran asentadas en Madrid con anterioridad, sólo a raíz de la conquista adquirieron notoriedad y peso específico dentro de la sociedad madrileña.
La actitud inicial de los conquistadores, pactada por Alfonso VI y al-Qadir, rey de la taifa toledana, fue de permisividad y tolerancia hacia los musulmanes que no quisieron abandonar la ciudad. No existen noticias de una emigración generalizada de este grupo de población durante, al menos, el siglo posterior a la conquista. Únicamente, los islamitas derrotados -a los que no se obligó a salir de la villa sino, tan sólo, a entregar la fortaleza y agruparse en barrio propio- tuvieron que abandonar el cerro del alcázar, desde el cual habían gobernado la villa en los siglos anteriores, y acomodarse en la parte baja del barranco de San Pedro -lindando ya con las llamadas huertas del Pozacho- y alrededores de San Andrés, donde formaron el barrio de la Morería.
REPOBLADORES
Cuando Alfonso VI conquistó Madrid, parte de la hueste que con él venía fue recompensada con solares y propiedades ubicadas en el sector de la alcazaba musulmana, que ahora, al ser expulsados de ella sus anteriores ocupantes, había quedado vacío. En adelante, este barrio continuaría siendo, por su proximidad al alcázar, asiento favorito de personajes cercanos a la realeza.
Muy poco tiempo después, una segunda ola de repobladores, esta vez de origen franco, recibió como donación un extenso territorio al noreste de la villa, el priorato de San Martín, arrabal independiente con fuero propio y jurisdicción autónoma que pronto -primera mitad del siglo XIII- habría de quedar anexionado plenamente a Madrid. Simultáneamente, parte de estos repobladores francos ocuparon la que sería colación de San Nicolás, barriada extramurada contigua a la ciudad por el noreste. Ya en el siglo XII, la tercera oleada repobladora estuvo compuesta por castellanos viejos que, procedentes de los valles de Carrión y del Pisuerga, llegaron a la villa por la calzada de Simancas. Ocuparon un amplio sector, la colación de Santiago, intermedio entre las dos barriadas francas ya mencionadas. Tanto en este caso como en el anterior, el propósito de ambos asentamientos fue colonizar y poner en cultivo tierras anteriormente yermas para asegurar, así, el arraigo de la población cristiana en la plaza recién conquistada.
El número total de repobladores llegados a la villa fue, según estimaciones de Montero Vallejo, ligeramente superior al de los mozárabes que encontraron en ella. La fusión entre ambos grupos, sin embargo, pronto sería completa.
MOZÁRABES
Los hispanovisigodos que durante la ocupación musulmana habían continuado fieles a su religión, cultura y tradiciones permanecieron en sus antiguas viviendas del tramo alto del vallejo de San Pedro y colina de San Andrés, y tuvieron, además, posibilidad de acceder -aunque en competencia con los primeros repobladores- al privilegiado sector de la alcazaba -colación de Santa María- y de ocupar amplios espacios hacia el sudeste, en los que se formaron las colaciones de San Miguel de Sagra, San Miguel de los Octoes, San Justo y San Pedro.
Aproximadamente iguales en número a los que habían venido de fuera, se revelaron capaces, no obstante, de imponerles la mayoría de las veces su modo de vida, cultura y creencias. Esta poca permeabilidad a las peculiaridades foráneas pudo ser, acaso, uno de los motivos que obligó a buena parte de los repobladores francos a concentrarse en su lejano y casi autosuficiente arrabal de San Martín.
MUDÉJARES Y JUDÍOS
Creemos que, en general, la mayoría de la población musulmana permaneció en Madrid tras la conquista; sólo debieron de abandonar la villa y refugiarse en las taifas meridionales aún no sometidas los personajes más directamente implicados en el gobierno y actividad militar anteriores de la villa. El resto del grupo tuvo que mudar su morada a la que en adelante sería conocida como Morería, zona marginal y áspera entre la colina de Las Vistillas y el barranco de San Pedro. Allí, a cambio del pago de un tributo a los monarcas cristianos, se les permitiría conservar su propia religión, leyes y costumbres.
Hay motivos para pensar que estos mudéjares quedaron integrados en buena medida en el conjunto global de la población cristiana madrileña y que fueron aceptados por ella sin mayores problemas. De hecho, su pericia artesanal en diversos oficios (alarifes, albañiles, fontaneros) les convirtió en personal cualificado indispensable para el crecimiento y expansión de la nueva villa. En el Fuero de 1202, por ejemplo, no aparece ninguna indicación expresa de que esta comunidad estuviese discriminada con respecto a sus vecinos cristianos.
Por lo que se refiere a los judios, se desconoce si habitaban ya en la villa durante la dominación musulmana, pero parece más probable que hubiesen llegado a ella a partir de los últimos años del siglo XI, coincidiendo con la emigración masiva de hebreos desde Al-Andalus hacia los reinos cristianos que se produjo en aquella época. Las investigaciones de Montero Vallejo parecen indicar que el grueso de la aljama judía se estableció en una pequeña zona intramurada que venía a coincidir con el extenso solar de la actual catedral de la Almudena, mientras que sus miembros más notables se repartieron libremente por diversas zonas de la villa. Inicialmente dedicados a la artesanía y al trabajo de la tierra -es más tarde cuando pasarían a especializarse en actividades monetarias-, su integración en la comunidad madrileña fue buena, aunque no tanto, seguramente, como la de los mudéjares; el propio Fuero ya mencionado permite intuir una mayor marginalidad y aislamiento de este grupo.
VECINOS, HEREDEROS, MORADORES Y FORASTEROS
Aparte de todas las diferencias de tipo étnico, cultural y religioso anteriormente expresadas, había dentro del grupo cristiano -mozárabes viejos y repobladores- distinciones adicionales de consecuencias jurídicas considerables. Sobre tal cuestión, la fuente básica es el Fuero de 1202: en él aparecen claramente delimitadas hasta cuatro categorías distintas de madrileños, que enumeramos aquí en orden decreciente en cuanto a la protección legal de que gozaban:
- Vecinos e hijos de vecinos, que eran los que residían en la villa al menos las dos terceras partes del año. En las últimas décadas del siglo XV están documentados un elevado número de avecindamientos en la villa y tierra, con la obligación de residir aquí durante diez años "vno en pos de otro e jurando de non partyr della todo el dicho tienpo".
- Herederos, considerados como tales cuando tenían en Madrid casa propia y viña o heredad.
- Moradores, que eran los que vivían en casa alquilada. Eran simples residentes, sin carta de vecindad en la villa, por lo que eran tratados de forma no muy distinta a los forasteros.
- Albarranes o forasteros, finalmente, que eran los que no reunían ninguna de las condiciones anteriores.
Cada uno de estos cuatro grupos recibía un tratamiento jurídico distinto, con la finalidad, sin duda, de incentivar en la medida de lo posible la residencia prolongada en la villa y la adquisición o construcción de viviendas y propiedades que asegurasen el arraigo de las gentes recién llegadas y favoreciesen la captación de individuos de la comarca. Todo ello, naturalmente, en una época histórica en la que era necesidad perentoria reconstruir o ampliar ciudades destruidas en la reconquista y colonizar territorios antes yermos, para consolidar de este modo el dominio sobre las tierras arrebatadas al Islam. De hecho, cuando este control ya esté garantizado estas categorías jurídicas irán perdiendo vigencia y significado. Como dato que corrobora lo anterior, está el hecho de que un mismo delito era penado con distinto rigor en el Fuero, según quién lo cometía: el heredero sufría una pena cinco veces mayor que la del vecino, y el morador ocho veces mayor.
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